Día 15: vuelta a casa

Kilómetros aproximados: 20.

Los despertadores sonaron alrededor de las 5’15 de la madrugada y tras cargar maletas, poco más de las 6 estábamos saliendo. Hay que decir, que la salida del garaje fue algo complicada, pero no nos llevó mucho tiempo. Al ser domingo a esas horas no había tráfico y en 20 minutos llegamos al aeropuerto, antes paramos a llenar el depósito de la furgoneta de gasoil.


Como todavía no eran las 7, tuvimos que esperar un rato para entregar la  furgoneta, luego facturamos, control de pasaportes y después a desayunar algo; y se me ocurrió pedir un capuchino, de verdad que ganas de perder de vista estos capuchinos.

En este aeropuerto, el control de seguridad se pasa justo en la puerta de embarque del vuelo, así que el agua que compramos (160 RSD), pues no paso como imaginábamos; el chico del quiosco que nos la vendió, nos dijo que según vuelos, en unos la dejaban pasar y en otros no. La faena, es que una vez pasado el control, no hay ni una miserable máquina de agua.

También nos chocó, que justo donde escanean la tarjeta de embarque, había un policía revisando los pasaportes con lupa.

Nuestro vuelo a Zúrich tenía la salida a las 9’20, pero desde el principio el vuelo salía retrasado unos 15 minutos, y acabó saliendo unos minutos más tarde todavía; su hora de llegada eran las 11’15 y durante el vuelo recuperó algo de tiempo y llego más o menos a su hora.

Como la escala era de casi 6 horas, fuimos un rato al centro de la ciudad. al llegar fuimos directos a los lockers, al mismo lugar que en el año 2013 (en nuestra escala del viaje a Boston), elegimos el mediano y metimos justo las tres maletas de mano, no sé ni cómo pudimos cerrar la puerta; su precio era 9 CHF o 8 € (aunque podíamos haber cogido menos tiempo), y sólo admite monedas. No recordábamos como se hacía, y nos costó un poco, pero se hace así: primero eliges la consigna que quieres, la cierras, y siguiendo la flecha que hay en la puerta llegas a la pantalla donde te estará esperando para pagar y poner una clave, luego ya te dará un ticket (por si se te olvida la clave) y ya cierra la puerta definitivamente; para abrirla sólo necesitas poner la clave.


Si leyéramos los carteles

Justo al lado, como la otra vez (hasta creo que era la misma señora), compramos los billetes de transporte para llegar al centro (13’60 CHF unos 12 € el billete de 24 horas, que vale lo mismo que dos viajes). Bajamos al andén y en un momento ya pasó uno, el viaje desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad son sólo 10 minutos; hay que fijarse en el andén las unidades que pasan, pueden ser A-B-C-D y esa es la zona que tienes que ponerte en el andén.

Al salir de la estación cruzamos el rio y fuimos paseando por Limmatquai, hasta Qüaibruke, el día era soleado y así estirábamos las piernas y hacíamos tiempo, nos llevó una media hora; era un domingo, así que estaba muy animado con la gente paseando (tuvimos suerte porque por la tarde había previsión de lluvia).






Fuimos a comer a McDonald’s (12’50 € el menú por persona) y luego como sobraba bastante tiempo, regresamos nuevamente andando.

Tren para el aeropuerto, recoger maletas de la consigna, y al control, a mí me tocó test de drogas y otra pitó porque resulta que no había sacado el móvil del bolsillo.

La hora del vuelo era las 17’05, ya comenzó el embarque algo tarde de lo que tocaba y entonces ya indicaron que saldría con unos 15 minutos de retraso. En la cola fueron seleccionando algunas maletas de mano, sobre todo las más voluminosas, para que no subieran al avión (imaginamos que al ir el vuelo completo no cabrían todas arriba), las nuestras pasaron todas el casting. Acabamos saliendo con otros 15-20 minutos más de retraso, por la cola en la pista. La hora de llegada oficial eran las 19’10 y llegamos con unos 20 minutos de retraso. Esperamos las maletas y misión cumplida, llegaron todas.


Volvimos a casa también en metro, se nos hizo largo, algo más de una hora, y con el engorro añadido de que hay que hacer transbordo; no repetiremos ir en transporte público.

A las 9’30 nos juntamos en la Bocatería Andragó, el bar donde siempre quedamos a cenar, para ponerle el punto final a nuestro viaje. Y a las 11, ya nos despedimos.

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